Envuelta en una nube a mi alcoba entraste,
La soledad que fríamente me cubría suavemente quitaste,
Y a un lado la arrojaste como si fuera un sucio traste,
Mi mente y corazón con tu voz confortaste,
Mi pecho con tus manos gentilmente tocaste,
En un abrir y cerrar de ojos, mi vida acabaste.
Después de que tu trabajo terminaste,
De vuelta hacia la puerta te retiraste,
Y ahí parada te volteaste y me miraste,
Hacia mí, tu larga mano estiraste,
Y no tuve más remedio que acompañarte.
A un mundo de ensueños me llevaste,
Criaturas, paisajes, ideologías como ninguna que yo antes conocí me enseñaste
La imposible posibilidad de una nueva vida me mostraste,
Ese cordón umbilical de temores, dolores y penas, suavemente cortaste.
De nuevo a esta realidad me acompañaste,
Junto al lejano recuerdo de aquello que me quitaste,
Ese lejano recuerdo del devastador peso que de mis hombros levantaste.
En mi cama, acostado, dormido me dejaste,
Tu mano de terciopelo, por mi cabello pasaste,
Una moribunda lágrima, sobre mi pecho postraste,
Y luego, de vuelta a ese maravilloso lugar, te marchaste
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